30 de marzo de 2009

Jornaleros, casi como esclavos

Jornaleros, casi como esclavos
En la finca viñera Las Mercedes, en Sonora, cientos de campesinos trabajaban más
de 12 horas al día casi sin descanso. Denuncian que eran explotados y se quejan de no percibir los salarios ofrecidos

Isaura Bustos
El Universal

HERMOSILLO, Son.— Sin avisarle a ninguno de sus hijos y prácticamente sin un solo peso, una pareja de Guanajuato partió de su comunidad al desierto, con la esperanza de trabajar en un viñero en Sonora, y ganar más dinero, pero encontraron “engaños”, “explotación laboral”, “vejaciones” y sobre todo “mala paga”.

Originarios de Ojo Zarco en Jaral del Progreso, el matrimonio conformado por Margarita y Juan abandonaron a su suerte a sus seis hijos la tarde del sábado 28 de febrero; sin decirles nada se trasladaron a la finca Las Mercedes, en la comunidad Estación de Pesqueira, en Hermosillo, Sonora, pero la aventura duró poco y prácticamente fue amarga.

Y es que los dos años que tenían sin un empleo estable en su comunidad obligaron a Juan y Margarita a buscar algo mejor.

Un mes después regresaron a su comunidad casi como se habían salido y con un cheque de mil 200 pesos que les dio el gobierno de Guanajuato como apoyo, pero sin un solo peso de ganancia por el trabajo realizado en el viñedo.

Al igual que Juan y Margarita, cientos de guanajuatenses llegaron, “engañados” al viñedo en Hermosillo, Sonora, a principios de marzo. Creyeron que en otro sitio podrían mejorar sus condiciones de vida cuando leyeron los volantes de las direcciones de Desarrollo Económico de los municipios guanajuatenses en donde se informaba sobre oportunidades laborales en el desierto polvoriento llamado Las Mercedes.

Nada fue verdad

Juan Pablo Mosqueda González, originario de Estación de Corralejo en Pénjamo, Guanajuato, tiene 27 años y tres hijas que mantener.

Narra que él junto con uno de sus hermanos pensaron que les iría mejor en Hermosillo, pero nada fue verdad: Él, por ejemplo, se fue de Pénjamo con 2 mil pesos y regresó con sólo 500 pesos.

“Nos lavaron el coco bien padre; dijeron que acá estaría todo bien, que ganaríamos mucho dinero y que lo podríamos mandar a nuestra familia. Sí, cómo no. Esto que viví es peor que irse de mojado a Estados Unidos, aquí sufrí más...

“Nomás me fui a gastar lo que llevaba. En lugar de traerme más lana, la dejé allá toda. Ora’ no quiero ni llegar a mi casa. Cómo, con qué cara…”, dice.

El primer día que llegaron, recuerda, “nos dijeron que querían gente trabajadora, que no fuera problemática. Que no iba a haber descansos; aparentemente todo iba bien hasta ahí”.

Pero nada de lo prometido fue verdad. Muy pronto, Juan y los otros jornaleros se darían cuenta del engaño.

Un día en el viñedo

El día empezaba a las 04:30 horas para alcanzar a desayunar. El menú: huevo y frijoles. Al terminar, se trasladaban en grupo hacia la zona que les correspondía.

“Nosotros estábamos en el raleo, que es limpiar el racimo, y teníamos que caminar como 40 minutos para llegar hasta donde nos tocaba”, cuenta Juan Pablo Mosqueda.

Asegura que les daban media hora y tardaban aproximadamente 40 minutos en llegar. “Así ni cómo. Nos íbamos caminando, no había transporte; nos teníamos que esperar hasta que llegáramos a cenar”.

El “mayordomo” que los supervisaba, a quien identificaron como Beto, no los dejaba descansar. “Si nos veía sentados un ratito nos empezaba a decir que si no nos gustaba trabajar, nos fuéramos a la... Que ahí no iban a estar aguantando…”

Hasta las 18:30 horas, cuando ya terminaban la línea o planta, se dirigían al comedor. Para entrar era necesario hacer una fila por más de una hora; la cena consistía en “frijoles molidos o atole de frijol, tortillas y agua de la llave; si queríamos refresco, nosotros lo teníamos que pagar”.

“Había dos opciones —dice el campesino— o comían, o lavaban su ropa. La mayoría prefería la primera.

“Aunque a veces mejor nos quedábamos sin comer. Nos salían cabellos y las cosas echadas a perder. Lo que sobraba, eso era lo que nos daban. Lo que no me trago en mi casa me lo vine a tragar aquí, por las friegas que te ponen”.

El dormitorio asignado para algunas personas de Guanajuato, donde se supone que cabían 45, estaba ocupado por cerca de 100 personas que estaban acomodadas en literas sin colchones. “A veces juntábamos dos literas y dormíamos de hasta tres para que no nos diera tanto frío. No traíamos cobijas, y ahí no nos dieron. Un chavo se la pasó tapándose con una toalla toda la semana, hasta que logró juntar cartones para cubrirse”, sostiene.

Juan Pablo Mosqueda asegura que en una ocasión hubo una riña y a un hombre lo hirieron con una navaja. “No lo querían llevar a que lo atendieran. El servicio médico que nos prometieron nunca llegó. Cuando uno se enfermaba, se curaba solo. No había quién te atendiera…”, añade.

Las condiciones en las que trabajaban en el viñedo, dice, “no sé cómo se le pueda llamar, pero por lo menos yo, para trabajar más de 12 horas todos los días sin descanso, por muy poco dinero, para mí eso es explotación. No sé de qué otra manera se le pudiera llamar…”

“Una prueba de Dios”

El pasado lunes 23 de marzo, dos irapuatenses denunciaron ser víctimas de vejaciones, durante su estancia en Las Mercedes.

Fueron a Derechos Humanos y a la Dirección Estatal del Empleo de Guanajuato para informar de la situación.

En la primera dependencia les respondieron que “lo que pasaron ha sido un castigo, una prueba de Dios. Quizá los premien dándoles un buen empleo ahora por acá”.

La reacción no esperó, funcionarios estatales y federales, así como legisladores, condenaron lo que consideraron explotación de guanajuatenses en otro estado.

El miércoles 25, el gobierno de Sonora anunció que, en coordinación con la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, se realizaría un operativo de inspección en el viñedo de Las Mercedes; este plan también anunció un rescate para los trabajadores del estado que decidieran regresar.

El jueves pasado, una comisión integrada por autoridades estatales realizaron una inspección en el viñero Las Mercedes.

A los trabajadores les sorprendió la visita. Se les hizo raro que los encargados del comedor del viñedo trajeran guantes y cubre bocas.

“Hasta risa nos dio. Nomás cuando vinieron ellos, se los pusieron. Ojalá eso lo hubieran hecho siempre, no nomás ese día”, recuerda uno de los trabajadores guanajuatenses.

Accidentado regreso

La espera fue mucha. Cincuenta y un guanajuatenses de los 94 que se encontraban en el viñedo empezaron a hacer sus maletas desde temprana hora. Sin embargo, el camión no llegó, o por lo menos no a las ocho de la mañana, como les dijeron, sino 11 horas después.

En un “accidentado” regreso de casi 28 horas de viaje, la mayoría de los guanajuatenses que volvieron lo hicieron “sin ningún peso en la bolsa”. “Cuando nos liquidaron, nos descontaron las comidas y ahí se nos fue todo. Llegamos sin nada. Unos nomás traen los mil 200 que les dieron del gobierno. Es todo”, cuentan los jornaleros.

A bordo de dos camiones de la línea Transportes y Autobuses del Pacífico (TAP) viajaron 51 guanajuatenses, en su mayoría de los municipios de Pénjamo, Abasolo, Juventino Rosas, Abasolo, Jaral del Progreso y Comonfort.

La salida de la finca Las Mercedes fue minutos después de las 21:30 horas del viernes (hora local).

Por la mañana del sábado, en la llegada a Mazatlán, Sinaloa, se dieron 20 minutos para comer. Dos de los ocupantes de uno de los camiones salieron a cambiar su cheque, pero en el trayecto fueron detenidos por policías preventivos de aquella ciudad, que aparentemente los vieron “sospechosos” y los canalizaron a barandilla.

En el camino se hicieron escalas en Pénjamo, Abasolo, Cuerámaro, para dejarlos lo más cerca posible de sus domicilios; el punto final fue la central de autobuses de Irapuato.

Ya en Guanajuato, junto con su esposa Margarita, Juan narra que la situación en el estado fue la que los obligó irse. El regreso está bien: se han salvado de vivir casi como esclavos. Pero no les resuelve lo principal: de qué van a vivir.

“En Guanajuato no hay trabajo. Tenemos un niño malito, epiléptico. Llevo dos años sin un empleo. Por eso nos escapamos. Ahora regresamos igual que como nos fuimos”, dice Juan.

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